jueves, 27 de enero de 2011

...Al año siguiente de fundada la nueva ciudad, el capitán general Hutten, volvía de una prolongada y penosa jornada, donde había perdido cinco años buscando el mítico Dorado; cuando regresaba hacia Coro, acierta a pasar por El Tocuyo, y se entera de que a Carvajal lo han nombrado su sustituto; sorprendido el alemán, que entonces contaba 28 años y poca experiencia en asuntos diplomáticos, se encoleriza ufanamente y le pide cuentas y razones del por qué ha fundado aquella ciudad.
¡Su merced se ha atrevido a usurpar mi lugar! Gritó a Don Juan, el encolerizado alemán…
Carvajal intenta explicarle con razonamientos, pero ambos se enzarzan en una discusión de tono desagradable y sacan las espadas, pero no llegan a agredirse…
¡Vuestra merced debería refrenar su lengua, no sea que la pierda en el trance! Respondía de Carvajal, iracundo por la rabia de tamaña ofensa…
Entre otras cuestiones de competencias administrativas y objetivos de mando, el tema que principalmente aflora es que Hutten, quiere despoblar El Tocuyo y llevarse otra vez la gente a Coro. El fundador, naturalmente se opone a las pretensiones del alemán, y este es el argumento que mayormente encrespa la agria discusión de ambos. La dicha fundación es acontecimiento que significa un punto de inflexión en el curso histórico de la provincia: se inicia el proceso poblador y va quedando atrás la época de las exploraciones.
Uno de los agentes de los Welser fue Felipe von Hutten, quien llegó a Coro, el único centro poblado de Tierra Firme y desde donde partían todas las exploraciones. Hutten salió en búsqueda de El Dorado en enero 1542, exploración llena de dificultades y que le tomaría unos cuatro años. Mientras tanto, Juan de Carvajal, quien había llegado a Coro en 1530, no estaba de acuerdo con la forma de gobernar de los alemanes, ya que su único interés era su enriquecimiento descuidando la población que prácticamente moría de hambre. Carvajal viajó a Santo Domingo, regresó encontrándose con la ausencia de von Hutten, con unos documentos donde se le da permiso para explorar y fundar ciudades. De manera que sale con un grupo de personas entre europeos e indígenas y funda El Tocuyo a finales de 1545. Hutten regresa y se encuentra con lo que había hecho Carvajal, va hasta El Tocuyo. Hutten tenía la intención de despoblarla y regresar a Coro. Von Hutten. Tuvo varias discusiones con Carvajal y a los días viendo que estaba en desventaja, prefirió salir de El Tocuyo y dirigirse a Coro, lo acompañaron Bartolomé Welser y algunos soldados.
El derrotero del altercado no presagia entendimiento y mientras ambos discutían, Bartolomé Welser (hijo de los banqueros) que acompañaba a Hutten con treinta hombres en aquella jornada, le da a Carvajal con el palo de la lanza y lo tira en el barro. Acto seguido, los soldados de ellos desarman a los de Carvajal y salen a galope, camino de Coro, llevándose armas y caballos de los que estaban con el fundador.
Para Carvajal, aquella afrenta colma la inquina que desde hacía tiempo sentía por los alemanes. Convoca a los suyos, se preparan y salen tras los ofensores.
¡A por ellos! ¡Cabalguemos y atrapémosles para recuperar nuestro honor! Increpaba Juan de Carvajal a sus hombres.
Al caer la tarde los alcanzan en el camino, y otra vez volverán las discusiones. El enfrentamiento dialéctico se complica, se enciende...; vuelven a producirse los insultos y las amenazas, y Carvajal pierde los estribos de la razón, y lleno de ira por la afrenta recibida, ordena a los suyos que decapiten a Hutten, a Bartolomé Welser y tres españoles más del escuadrón de los alemanes. Ni Felipe Hutten ni Bartolomé Welser pueblan la tierra, deslumbrados por el espejismo del Dorado.
La Historia no es obra de máquinas, sino de seres humanos que ven y que escuchan, la fascinación que ejerció el paisaje sobre aquellos conquistadores duros y decididos, segundones educados para ser príncipes y condenados por la realidad a no serlo, salvo si alcanzaban el éxito (y sobrevivían para contarlo) en las Indias; logreros, aventureros y hasta delincuentes, que purgaban, con el viaje a los nuevos territorios conquistados para el rey y para la nación española, los delitos que cometieron en su España natal, no desmayaron al tomar la espada para ejecutar labor de verdugo, a falta de este.
Como lugartenientes de Carvajal, y alcaldes de campo o del monte, Tomás Andrea y Pedro Mateos no se hicieron repetir la orden, tomaron a los prisioneros, a quienes previamente habían desarmado y atado de manos, y los colocaron inclinados sobre una rama baja de una ceiba, que había crecido torcida.
Allí, dos hermanos mestizos, hijos de español e india (Gayona), espada en mano, actuaron como verdugos. Uno decapitó a Hutten, mientras el otro simultáneamente hacía lo mismo con Bartolomé Welser, luego hacían otro tanto con los tres restantes españoles. Tomé y Pedro realizando una especie de labor policial observaban a los restantes, mientras parte de los seguidores de Carvajal mantenían a los rendidos prisioneros...
...Cuatro largos años de espera en Santo Domingo, les había servido para aclimatarse con los aires del trópico. A comienzos de la segunda semana del mes de Agosto fueron llamados a formar filas para recibir a la virreina María de Toledo, quien regresaba de España con los restos de su esposo e hijo, Don Cristóbal y Don Diego Colón. Una salva de cañones, les hacía antesala ese día.
Velados en capilla ardiente, fueron inhumados de acuerdo a la voluntad del explorador, después de haber estado sepultado en la iglesia de San Francisco de Valladolid (Don Cristóbal) desde 1506 hasta 1509, de donde fue trasladado por Don Diego a la Cartuja de las Cuevas de Sevilla, y ahora, treinta y cinco años más tarde, ambos eran traídos por Doña María, esposa y madre, a la isla que primero descubrió...
...De mesa contigua provenía el insulto, apenas separada por la de los hermanos Andrea.
El llamado Diego saltó de su taburete desenvainando su espada, mientras el ofensor se incorporaba haciendo otro tanto. Este último dejó varios compañeros que bebían sentados, y mientras pasaba junto a nuestros muchachos, Alonso entremetió su pie derecho entre los del agraviante, quien maldijo mientras caía estrepitosamente sobre el rústico suelo adoquinado.
García de Paredes, pisando la espada caída de su contrincante, colocó la punta de la suya bajo la oreja del fanfarrón, mientras Pedro de Mateos interponía su fuerte figura, espada en mano, entre los compañeros del insolente y los suyos propios.
Nadie más se movió…parecía que el tiempo se había congelado...

El Hidalgo, El Verdadero Quijote en Venezuela...

Gaspar de Silva, dice en un lenguaje que tiene mucho del tiempo de don Miguel “que sabe este testigo y vido cómo el dicho capitán, como tal y siendo, como era, tan gran señor, le embistió al enemigo inglés a caballo, con su lanza y adarga, y andando gran rato escaramuzando entre ellos como tan valiente soldado y servidor de Su Majestad, le dieron un balazo que lo mataron, y cayó muerto de su caballo…” (Pardo, Isaac J., Op. Cit., p. 197). Hay en la escena demasiado de arremeter contra molinos de viento o contra una tropa de ovejas como para no pensar en claras similitudes. Lo cierto es que los ingleses, admirados por el valor del veterano héroe, premiaron su hazaña colocando el cadáver sobre su escudo y rindiéndole toda clase de honores, a pesar de las circunstancias en que se hallaban en el lugar. ¿Podría haber algo más parecido a lo que pocos años después publicó Cervantes? Además, a don Miguel bien podría haberle llamado la atención el nombre del héroe muerto, pues no debía serle en absoluto desconocido: Como todos los poetas de su tiempo, don Miguel tenía que estar enterado de la existencia del poeta segoviano Alonso de Ledesma (1562-1623) iniciador del conceptismo en España. Como puede verse, hay demasiadas coincidencias que avalan esta hipótesis y la hacen definitivamente plausible.
La hipótesis del origen caraqueño de Don Quijote se hace más atractiva cuando se cae en cuenta de que quienes viajaron a Venezuela no fueron los nobles, sino delincuentes que pagaban penas o desesperados capaces de cualquier cosa, o los descendientes de antiguos caballeros e hidalgos venidos a menos, como el propio don Quijote de la Mancha (a quien, además, Cervantes llamó don Alonso, que es el mismo nombre de pila de Ledesma), con su escudilla vacía y sus sueños partidos, que en muy poco o nada se diferenciaba de todos, o de casi todos los que fundaron ciudades y recorrieron llanos y montañas en esta Tierra de Gracia. Recuérdese, además, que siempre existió una doble comunicación, de ida y vuelta, entre la España de Cervantes y la América de Ledesma: 
En América, por ejemplo, no lejos de Caracas, se le cambió el nombre a un sitio para llamarlo La Victoria, en honor a la victoria obtenida entre otros por don Miguel en la batalla de Lepanto. De manera que es mucho más que posible que la idea, el personaje de Don Quijote, le haya llegado a Cervantes desde Santiago de León de Caracas. En consecuencia, deberíamos empezar a decir que la brevísima gesta de Ledesma no es cervantina, sino la larguísima del Quijote fue ledesmina.
Cervantes o no Cervantes, Quijote o no Quijote, Ledesma o no Ledesma, poco provecho sacaron los filibusteros de aquella aventura, pues los habitantes y sus autoridades, con la excepción del héroe y mártir don Alonso Andrea de Ledesma, el propio Gaspar de Silva que contaría después lo acontecido, Diego de los Ríos, Cristóbal Mejía de Ávila y otros pocos enfermos o ancianos que no podían huir, apelaron a un recurso que se probó eficiente doscientos y tantos años después, cuando el caraqueño Francisco de Miranda quiso invadir el país a comienzos del Siglo XIX: La huida discreta y simple, con todo aquello que pudiera llevarse al escondite, que en ese caso era en la bella montaña que sirve de muro a Caracas en el norte. De manera que no había oro ni piedras preciosas ni casi nada de valor en la villa. El 3 de junio Preston y sus secuaces, dignos hijos de la Gran Bretaña, como vimos, al fracasar las negociaciones de “rescate", optaron por retirarse, luego de destruir y quemar la pequeña ciudad, cuyos daños, al decir de los cronistas, fueron exagerados por los invasores, quién sabe con qué propósitos.
Después, no sólo por maldad sino en preparación de futuros asaltos y quién sabe si con la mira puesta en una ocupación permanente de esas tierras tan bien ubicadas desde el punto de vista estratégico, quemaron lo que pudieron en La Guaira y destruyeron cuatro barcos en Chichiriviche, camino a Coro y no lejos de la isla de Curazao, antes de irse a regar el terror por otras aguas.
Por cierto que mientras los santiaguinos (de Caracas) huían al monte y Alonso Andrea de Ledesma cumplía su gesta solitaria, la ciudad estaba absolutamente desprotegida: El gobernador, Diego de Osorio había salido poco más de un año antes (el 16 de junio de 1594) a visitar con evidente calma y deleite todas las ciudades de la provincia para organizar el gobierno “conforme al plan establecido” (Sucre, Luis Alberto, Op. Cit., p. 86); el teniente de gobernador, Juan de Ribero, no se encontraba por todo eso; el primer alcalde, Garcí González de Silva, de viaje por la costa, y el segundo, Francisco Rebolledo, en cama con calenturas. La ciudad no tenía armas ni pólvora, y nadie supo qué hacer. La tradición de nuestros gobiernos, como se ve, tiene solera.                        Eduardo Casanova
 Tomado de El Paraíso Burlado, El Paraíso Partido, Los primeros pasos del Quijote.